Mirando hacia arriba yace
el desencuentro, burlándose desde la profunda lejanía, penetrando cual
empirismo a la opinión, a un alma con la razón desdibujada. ¡Qué acosadora la distancia!
Recordándome a cada segundo, que por más que aquí haya mucho, todo el resto me
es esquivo como fortuna al vagabundo. ¡Qué arrogante es el afán, de querer todo
conocerlo! Negar sin vestigios de cordura, la finitud nuestro alcance.
Aun así, no todo es tan
oscuro. ¿Qué mejor alivio, que valerse de los coloridos prismas de la
contemplación? Quizás así pueda reducir –al menos un poco- el descomunal peso
que ejercen sobre mí las restricciones, obrando en perfecto disfraz de noche
estrellada. Los estímulos son abundantes, y no hay esquinas en la mente; y otra
cosa que parece no tener esquinas, es el universo.
¿Habrá mayor regalo, que
anhelar lo ilimitado?
Inmediatamente asoma una
figura, paradójica por naturaleza. Sembrando pluralidad donde otros imponen lo
absoluto. Podrán ser varios los culpables, mas la victima una sola: la
identidad muere, buscando sin consuelo su reflejo en el cristal.
¿Habrá peor condena que
anhelar lo inalcanzable?
La imagen y el escrito pertenecen a un joven que llegó a nosotros para trabajar sobre la vocacional, sobre su presente y su futuro. En uno de los encuentros le pedí que trajera un collage y me trajo una obra de arte (imagen). Dado que manifestó interés por la escritura, lo invité a escribir algo acerca de su obra de arte/collage. Y trajo el texto que acompaña la imagen.
No dejo de sorprenderme de lo que traen los jóvenes al consultorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario