viernes, 24 de febrero de 2012

La búsqueda



Antes de empezar las sesiones, ya me encontraba en una búsqueda. ¿Búsqueda de qué? No creo que sea de una sola cosa, más bien de un par: de un plan; de un oficio; de una vocación, tal vez hasta de una nueva pasión; búsqueda de intereses y de nuevas ideas. Podría decirse que todas las respuestas son correctas, pero al mismo tiempo todas estaban desordenadas, sumidas en un caos de esos que sólo nuestra mente puede provocar. Entonces, ¿la búsqueda terminó? No, claro que no. Pero todo se va ordenando.


Imaginemos un hombre solo. Se encuentra en el medio de una vasta llanura. Cuando levanta la vista, a su alrededor puede ver nada más que el horizonte. Tal vez un bosque, más llanura por otro lado, pero no logra divisar civilización, ni un rastro de ella. Entonces también puede preguntarse si es civilización lo que busca. Y él realmente  no lo sabe. Si sabe que no quiere quedarse en ese lugar, no es donde se siente cómodo o donde está feliz. Cuenta con algunas herramientas que traía consigo antes de aparecer en esta llanura. Pero como no sabe hacia dónde va o qué busca, tampoco sabe si le serán útiles para su cometido. De cualquier forma sería tonto dejarlas. Todo conocimiento o herramientas antes adquiridas pueden llegar a ser necesarias, y además ¿como deshacerse de ellas? Las lleva consigo hace tiempo, siente cariño hacia ellas, lo entretienen. Claro, a veces puede pensar que de haber sabido que iba a terminar en esa llanura hubiese elegido otras herramientas. Es entonces cuando las mira, las usa y se vuelve a encariñar como siempre con ellas. Pero basta de divagar sobre las herramientas, las herramientas están bien.


Volvemos a este hombre. Él sigue en la llanura, pero sabe que no va a quedarse ahí por mucho tiempo. Lo sabe por que él no quiere hacerlo. Y eso es una parte buena de estar en esa llanura: puede elegir cualquier dirección y puede elegirla solo. Una sensación de libertad lo abruma, tanto que por momentos se asusta. Y es que esta libertad acarrea responsabilidad. La responsabilidad de su propia vida. Y qué más importante que nuestra propia vida. Al fin y al cabo solo tiene una y nadie va a devolvérsela cuando se termine, así que mejor aprovecharla.


Ahora bien, sabemos que el hombre va hacia algún lugar, él también lo sabe. Pero antes de hacerlo se plantea dos opciones. La primera es simplemente empezar a caminar, cualquiera sea la dirección. Si camina, como lógica consecuencia va a llegar a algún lugar. Este nuevo lugar puede gustarle o no. Si así fuera puede quedarse en él o simplemente seguir caminando. También puede pasar que el lugar le guste, pero la intriga que acarrea el hecho de desconocer qué más hay puede que lo lleve a seguir caminando sin un destino en particular. Las variantes entonces se multiplican y solo lo detiene el tiempo y su propia decisión.


La otra opción es más analítica. De vuelta en la llanura y antes de empezar a caminar puede, por ejemplo, trepar a un árbol. Observar todo desde otra perspectiva. Ver distintos lugares. Preguntarse cuáles le gustan y cuales no. Buscar un norte. Forzarse a recordar por qué fue que llegó a esta llanura y entonces también forzarse a tomar decisiones. Una vez que lo haya analizado todo (lo cual puede llevar tiempo) emprender   el camino hacia ese nuevo lugar que busca. Aun así, tener un objetivo no debería volverlo ciego a nuevos rumbos que puedan aparecer en el camino. Llegado el caso, el análisis hecho antes de partir y los conocimientos que este le han brindado pueden ayudarlo a decidir mejor.


Es esa la diferencia. Ahora busca ese lugar en particular, pero sabe también que puede encontrar algo en otros lugares. Y lo más importante, sabe cómo llegar a ellos sin olvidar que lo importante es caminar.


Esta reflexión fue escrita por Eloy, un consultante que realizó con nosotros un proceso de reorientación vocacional. 

No hay comentarios: